No sé con quién hablar, no sé cómo abordar estos sentimientos, no sé quién me puede ayudar y entender. Me veo solo en esto, pero necesito desahogarme, porque me asfixio, me cuesta respirar sin sentir un nudo en la garganta. Esta semana la recuerdo la más dura que he pasado en mucho tiempo. Cada día es un maratón que parece no tener fin, me canso, me quedo sin fuerzas para llegar hasta el final. Aquí estoy en el trabajo, intentando concentrarme pero tampoco puedo.
Estoy mareado, llevo días sin apetito, apenas pego ojo, no consigo dormir, me desvelo, me paso las tardes encerrado en casa sin poder evitar llorar cuando me escribe, cuando miro sus fotos o cuando pienso que en un par de días se va… además, al país del que vengo para más Inri, mi país, España, de donde me fui porque mi vida estaba estancada tanto en lo profesional como en lo personal. El último día que pasé con ella, fue durísimo. No podía sacarme de la cabeza que podría ser la última, que me queda poco tiempo. La impotencia y el dolor fueron más de lo que mi cuerpo podía encerrar. Al final me rompí delante de ella, me vine abajo, no quería que me viera así. Seguramente le parecí patético, demasiado sensible para un chico.
Y aguantaría con mejor cuerpo que se fuera, pero no me da muchas esperanzas de mantener una relación a distancia, quizás tan siquiera sin las distancias tampoco. Me lo dice, sin aparente signo de debilidad emocional, mientras yo me siento destrozado con cada palabra, se me acelera el corazón, se me humedecen los ojos, evito llorar, pero hasta la cabeza me duele del esfuerzo. Me recorre el cuerpo ese hormigueo como cuando uno se avergüenza mucho de algo. Me pregunto una y otra vez “¿Por qué?”, “¿Por qué me pasa esto a mí?”, “¿Qué hago mal?”, “¿Qué me falta para que pueda mantenerla a mi lado?”. Una y otra vez la misma historia, que acaba en años de frustración y soledad, desconfianza en el amor, evitando volver a caer, evitando volver a sufrir. Pero ahora no creo que pueda levantarme, no la puedo sustituir, era a ella a quien buscaba, es la que le ha dado sentido a todos estos años de soledad, la necesito a ella.
Lucho con todo para mantenerla, me da igual ya arriesgar lo que sea, pero no se me puede ir sin más, no puedo mirar para otro lado. Pero parece que nada es suficiente, y tengo miedo de que esta situación me consuma por completo. Pero todo esto no se lo puedo decir, no puedo decirle cuánto sufro, solo empeoraría la situación me temo. Tampoco sé cómo luchar contra algo que, desde su punto de vista, parece casi inevitable.
Estoy aterrorizado, me rompo con la simple idea de que otro chico entre en su vida. No me merezco pasar por estas cosas, actúo siempre con la mejor de las intenciones y con el mayor respeto posible, pero parece que algún ser supremo juega a quemar hormigas con una lupa… y claro, me ha tocado ser la hormiga.
Todo esto es porque no puedo sentir de otro modo, no puedo cambiar esto. Mi vida estaba vacía, sin aparente sentido, buscaba un objetivo, un cambio. Cambié de residencia, de ciudad, de país. Y ahí la conocí, esa persona que de repente hizo que mi mundo cambiara, que todo cobrara sentido. Tardé poco en notar esas sensaciones de atracción. No la conocía en persona, solo nos escribíamos, pero al poco tiempo ya no podía pasar un día sin escribirle, necesitaba sentirla cerca, necesitaba leer las cosas que me contaba, me encantaban sus conversaciones, la felicidad me desbordaba cuando me decía que tomáramos una copa de vino, ella desde su casa, yo desde la mía, y brindar cibernéticamente.
Mientras más la conocía como persona, más miedo me daba conocerla en persona. Estaba muy nervioso, aunque traté de disimularlo. Quedamos… y ahí estaba ella: alta, esbelta, con larga melena rubia natural y esos ojos azules, esa mirada. Sentí el flechazo.
Ahora lo que más miedo me da en esta vida es perderla.